sta relación primordial deja su huella en todas y cada una de nuestras células para toda la vida”
Las mujeres, como los hombres, nos creamos en el útero de nuestra
madre. Bebemos sus emociones, sentimos todo aquello que acontece en su
cuerpo, mente y espíritu. Es nuestro universo durante nueve lunas y
constituye nuestra esencial referencia de la vida humana. En el caso de
las mujeres, nuestros úteros son creados en el útero de nuestra madre y
en él se imprimirán sus emociones básicas acerca de la feminidad. Así,
en su útero, se albergan también aquellas de nuestra abuela y, si
seguimos esta espiral, caeremos en la cuenta de que en este útero de
creación y recreación, nuestro Templo Sagrado (útero), está construido
sobre los pilares de todas las mujeres de nuestro linaje matrilineal.
El legado de todas estas mujeres hasta nosotras (o hasta nuestras
hijas) está impreso en nuestro cuerpo, en concreto en nuestros
genitales, nuestros órganos sexuales, nuestros senos y nuestro abdomen.
Tener conciencia de esto nos ayuda a entender el porqué de tantos
dolores “inexplicables”, de tanta ira contenida y de tantas lágrimas
sordas anudadas en nuestra garganta.
Las mujeres de nuestra casa
sufrieron miles de abusos, desde la imagen de pecadora que tuvieron que
aceptar “gracias a” la Iglesia Católica hasta la reclusión “recomendada”
en los fogones. Nuestras ancestras fueron niñas, fueron mujeres, fueron
hijas, fueron madres como hoy lo somos nosotras. Sus miedos y sus
contentos eran similares a los nuestros. Ellas tuvieron sus sueños
cumplidos y sus sueños frustrados. Fueron algo más que cuidadoras,
aunque ahora apenas lo recordemos. Tuvieron inquietudes y necesidades de
brillar como las que hoy sólo confesamos ante el espejo o una mano
amiga.
Leyendo el libro de Madres e Hijas de la Dra. Northrup
pude poner palabras a lo que tantas veces había sentido hacía mi madre y
hacia mi abuela. Esa necesidad de verlas como mujeres, sin el lazo
específico de la sangre familiar sino con el lazo universal que nos une a
las mujeres en manada. Llorando encontré que en el seno de mi madre
residía una mujer llena de poder. Una mujer a la que podía admirar. El
reflejo de la Diosa, que tantas veces ilustré con dibujos prestados,
estaba ahí y era real. Todos estos años la buscaba y hasta que no bajé
la espada del reproche y abracé nuestras sombras no pude ver el
verdadero rostro de la mujer en la que me crié y acuné.
Mi
madre también es hija, como lo es mi abuela y todas mis ancestras. Todas
tenemos en común nuestra Fuente de Origen y sólo cuando pude llegar
hasta ella entendí los misterios más inciertos y oscuros de mi.
Comprendí que muchos no eran míos, supe que tantos otros no eran de mi
madre y así fui deshilando la manta de los recuerdos, hasta llegar a
Ellas. Las mujeres del pasado se manifiestan en nosotras a través de los
pálpitos de nuestro útero.
Esta Sagrada Vasija contiene las
aguas de todas las emociones, suyas y nuestras. Hemos de sentirla sin
miedo para poder elegir qué es lo que queremos quedarnos y qué queremos
desechar. Ellas nos acompañan desde la luz si así se lo pedimos.
Simplemente hemos de nombrarlas con solemnidad, con el corazón y los
brazos abiertos pidiendo su presencia y ayuda. Reconociendo el linaje de
sangre lunar. Os invito a invocarlas. Así lo hago yo desde las
profundidades de mi Ser:
En este caminar soy Erika, hija de Ana
Rosa, hija de Lucila, hija de Eleuteria, hija de Pascuala, hija y nieta
de las mujeres valientes que me precedieron. A vosotras, abuelas, os
invoco desde el Amor, buscando la Sabiduría que reside en vuestro
legado.
Con estas palabras reconozco su labor aún perenne en
esta Tierra, pues ellas viven en mi sangre. Porque decido honrarlas, las
nombro. Porque decido liberarme de aquello que no quiero, las nombro.
Ellas son la fuerza que impulsa cada una de mis acciones. Ellas son la
Savia de mi cuerpo.
De todas y cada una, una sonrisa y cientos de
lágrimas recorriendo mi cara. De todas y cada una, el regazo acogedor.
De todas y cada una de las mujeres de mi casa llevo la luz y la sombra.
Son cientos y a todas ellas muestro mi veneración, porque del linaje de
mis mujeres vine a este cuerpo, a esta familia en concreto. Como hija y
nieta de tantas, decido caminar hacia las profundidades de sus úteros
para encontrar el origen de la angustia y ponerle fin.
Siento
que no estamos completas hasta el día en que tomamos aire y nos
aventuramos a bucear en las profundidades de nuestro linaje femenino. El
momento en el que nos reconocemos únicas es el momento en el que
honramos aquello de lo que formamos parte. Sólo cuando pude sentirme
cómoda y reconfortada en los brazos de mi madre, pude dar el paso hacia
mi propio universo. Hasta entonces había sido una niña perdida, buscando
la aprobación de una mujer que no sabía si amar u odiar. Fuera como
fuera nunca tuve elección, sabía que hiciera lo que hiciera, siempre la
amaría. Pese a todo lo que me dolía reconocerlo, era cierto. Mi universo
fue esa mujer y como nuestra Madre Tierra, por mucho que trates de
ignorarla ella siempre te sostiene. Quizás no es como esperas, pero Ella
es el mundo que necesitas para aprender lo que has de aprender. Cuando
comienzas a amar tus tifones, cuando entiendes tus cataratas, llegas a
encontrarla hermosa. La miras y te reconoces en ella. Entonces sabes que
sois Una, tal y como fuisteis hace años.
Hemos de aventurarnos
a recorrer este laberinto mágico que nos conduce a la Fuente. Nuestro
primer pasadizo es nuestro cuerpo y de ahí se abren las puertas hacia
las mujeres de nuestra casa. Pasamos a través de nuestro útero al útero
materno y de allí al útero de nuestras ancestras. De una a otra tomamos
conciencia de quiénes somos en realidad. Cada una descubrimos nuestros
misterios y os aseguro, hermanas, que todos son bellos, sea cual sea su
forma.
Para avanzar, no sólo hemos de comprender, sino también
honrar nuestro origen. Gracias a Ellas palpitamos. Sólo Nosotras podemos
elegir cómo.
Erika Irusta Rodríguez
Mujer, hija, doula, pedagoga especializada en energía femenina y sanación de Lo Sagrado Femenino